Jóvenes polacos que sueñan con maniobras militares

Varios jóvenes pertenecientes a la Organización Militar Polaca (POW) esperan mientras sus superiores pasan revista en medio de la noche en Augustów © Artur Gutowski

Cada vez más jóvenes polacos deciden alistarse en organizaciones paramilitares. Pero a diferencia de lo que piensa la opinión pública, en esta región de importancia estratégica para la OTAN entre Bielorrusia y Kaliningrado, los aprendices de militar no lo hacen por miedo a Rusia.

Es la 1:30 de la madrugada cuando el estallido de un petardo rompe el silencio de la noche. Todavía resuena en los pasillos cuando los supervisores entran a gritos en las habitaciones de los soldados, encienden la luz y dan la alarma. Con una mezcla de shock y cansancio en los ojos, los adolescentes saltan de sus colchones y se abrochan con nervios los botones de los uniformes. Los instructores gritan sin parar: «¡Corred al almacén de armas! ¡Rápido! ¡Al suelo!».

Los jóvenes reclutas recogen las armas, los cascos y los chalecos, y se tumban en el suelo. El supervisor comunica que saldrán a correr, pero no saben cuánto durará la marcha. Tras formar dos filas, en total son dos chicas y catorce chicos, comienzan a trotar hacia un bosque invadido por la oscuridad. Desde el estallido del petardo han pasado 10 minutos. A la luz tenue del farol, delante del edificio se queda sólo Piotr Augustynowicz, el comandante de la Organización Militar Polaca (pl. Polska Organizacja Wojskowa – POW).

Pese a las apariencias, no son maniobras del ejército polaco, sino un campamento paramilitar de la organización fundada por Augustynowicz, diseñado para que dure tan solo un fin de semana. En lugar de barracones, encontramos un edificio de una escuela secundaria; en vez de soldados profesionales, vemos a unos adolescentes guiados por unos monitores que no sobrepasan la veintena. En lugar de armas, tienen imitaciones utilizadas por el ejército durante el entrenamiento de combate cuerpo a cuerpo.

Lo que sí es real es la subordinación, los gritos y la curiosidad por saber, ¿quién y por qué querría voluntariamente pasar su tiempo libre de esta manera? Especialmente este fin de semana caluroso de junio en Augustów, un pintoresco centro vacacional ubicado en el noreste de Polonia.

El grupo inicia una marcha de 35 kilómetros por el bosque. Mientras caminan en dos bloques, entonan canciones militares. © Artur Gutowski es

«No hace falta utilizarlo para provocar miedo en la gente»

Durante la guerra ruso-ucraniana de 2014, los medios de comunicación occidentales escribían que lo que animaba a los jóvenes polacos a entrar en este tipo de organizaciones, era el miedo a Rusia. Es curioso cómo esta lejana región fronteriza llama también la atención de políticos y periodistas. Se supone que el llamado estrecho de Suwałki, es decir, la frontera de 104 kilómetros entre Polonia y Lituania, comprendida entre Bielorrusia y el Óblast de Kaliningrado es un punto débil de la OTAN y un lugar sujeto a una potencial agresión rusa. De ahí que, desde el año 2017, una misión de la OTAN haya desplegado a 800 soldados americanos a tan sólo 70 kilómetros al oeste.

No es, sin embargo, la antipatía hacia Rusia lo que atrae a estos jóvenes a las maniobras militares. «En esta región no hay pánico. Han sido los medios de comunicación y la OTAN los que han caldeado el ambiente y fomentado el miedo a Rusia», declara Augustynowicz de 38 años. Tiene una silueta atlética y el grado de teniente coronel en la POW. Su bronceado revela que pasa mucho tiempo a la intemperie. «Todos sabemos que es una región estratégicamente importante, pero no hace falta utilizarlo para provocar miedo en la gente», añade. Tampoco ha observado que su organización haya conseguido más miembros desde el comienzo de la guerra en Ucrania.

«La gente joven que decide alistarse está buscando amistad o una manera de pasar su tiempo libre. Huyen del trabajo duro en la granja o quieren mejorar su condición física. Acuden también por patriotismo», explica.

Augustynowicz, de profesión docente en la escuela primaria de Ełk, reconoce que no es un pasatiempo habitual. «A veces, me dicen que soy raro. La gente normal hoy está de barbacoa bebiendo cervezas», cuenta mientras sonríe.

Después de haber acabado la carrera de Historia, quería ser militar pero la comisión le dijo que no necesitaban a gente de letras. Resignado, se inscribió en una de las muchas organizaciones paramilitares que se crearon en Polonia ya en los años noventa. Pero en 2012 decidió dejarlo para crear la Organización Militar Polaca. El nombre lo cogió de una organización que operaba durante la Primera Guerra Mundial bajo el mando de Józef Piłsudski, el político militar más importante de su tiempo. Su objetivo por aquel entonces era preparar a los polacos para la lucha por la independencia de su país. El hecho de utilizar el mismo nombre y ponerse en el lugar de Piłsudski puede resultar un poco grotesco, pero Augustynowicz no se desanima. “Los historiadores no nos toman muy en serio pero aprecian el hecho de que popularicemos la historia”, dice.

La inscripción a la organización es posible a partir los 13 años, siempre que cuenten con el consentimiento de sus padres. El equipamiento está financiado con las cuotas mensuales, de 10 a 50 eslotis al mes, (de 2 a 11 euros) dependiendo de la unidad. Muchos de los miembros compran el equipo con su propio dinero. La POW está activa en 7 ciudades, principalmente, en el noreste de Polonia y reúne alrededor de 150 miembros activos. Es una de entre las 10 a 20 organizaciones paramilitares activas en Polonia, que en total pueden agrupar hasta 40.000 miembros. A proporción, la POW no es grande, pero está bien desarrollada en esta región.

Desde 2015, el Ministerio de la Defensa Nacional de Polonia intenta hacerse con el control de los grupos prodefensa. Les ofrece colaboración a cambio de entrenamientos y maniobras en las instalaciones del ejército. Sin embargo, la POW todavía no ha participado en el programa. «Es algo más adecuado para organizaciones más numerosas», explica Augustynowicz.

Rebelión con mucho rigor

Es el segundo día de campamento, y Marta Jarosz (sargento en la POW) está acabando de dar clase sobre los conflictos actuales. Ha hablado de la guerra en Siria y del conflicto israelí-palestino. Ahora tiene una pausa, mientras que sus subordinados se están preparando para el toque militar. Marta se unió a la POW hace cuatro años. Su novio de entonces se aburría en los scouts polacos y buscaba una organización que se asemejara más al Ejército. Fue entonces cuando, por medio de Facebook, se enteraron de la existencia de la POW, reunieron a varios interesados y mandaron una petición a Augustynowicz para crear una unidad en Suwałki, su ciudad de 70 miles de habitantes, ubicada a 30 kilómetros de Lituania.

“No había hecho en toda mi vida tantas flexiones como durante la primera clase”, se ríe Marta que tiene 21 años. Las flexiones son aquí un castigo por llevar una apariencia descuidada, por ejemplo, por tener botones del uniforme desabrochados y cometer errores durante el entrenamiento. Sólo uno de los profesores, que de hecho trabaja aquí durante el fin de semana, se quejó de los gritos que salían desde el edificio. «He estado en el Ejército y sé que ni siquiera allí se trata así a la gente», explica indignado.

«Este rigor es justo lo que más me ha gustado. Normalmente, a los 17 años es cuando uno empieza a revelarse bebiendo o fumando, pero yo no lo necesitaba porque mis padres no pretendían controlarme demasiado”, cuenta Marta. Tiene un pelo rubio muy largo, teñido de un tono más claro que su color natural.

A día de hoy es ella quien dirige la división de Suwałki formada por 20 personas, entre los que está su hermano pequeño. “La organización enseña independencia, disciplina y colaboración con los demás”, cuenta Marta con orgullo. “Me siento responsable de ellos. Siento una gran satisfacción cuando veo que se manejan cada vez mejor”, menciona.

"La mejor recompensa para mí es verles cómo hacen su vida, cómo encuentran un trabajo y cómo forman una familia" Piotr Augustynowicz, Comandante de la POW . © Artur Gutowski

«La gente que acude a nosotros no proviene de familias adineradas»

Es sábado, tercer día de campamento, y el grupo comienza una marcha de 35 kilómetros. Al salir de la ciudad, cantan himnos militares, pero al adentrarse en el bosque en dos filas, van en silencio. Augustynowicz va detrás del grupo. «La gente que acude a nosotros no proviene de familias adineradas. A menudo, procede de hogares rotos. Sus padres trabajan en el extranjero o hay que ayudarlos en la granja», dice. La organización les da un sentimiento de afiliación.

Augustynowicz habla del papel de la familia en esta región conservadora. «Hoy en día, los padres pasan cada vez menos tiempo con sus hijos. Es raro que les lleven, por ejemplo, a pescar”, cuenta. Sabe de lo que habla porque, de joven, todos los veranos tenía que ayudar a sus padres en la granja, a pesar de que las relaciones familiares no eran buenas. 

Él mismo no ha formado una familia, es soltero. Su tiempo libre lo dedica a la organización y a sus miembros. Cuenta como una noche lo despertó una llamada de un subordinado que estaba demasiado borracho para volver a casa. Augustynowicz lo alojó en la suya. A otro le prestó dinero necesario para pagar una multa y evitar la cárcel. «Mi mayor satisfacción es ver cómo hacen su vida, qué curro encuentran y qué familia forman. Es agradable encontrarlos por la calle, hablar con ellos o asistir a sus ceremonias de juramento militar», dice.

Los miembros de la POW hablan mucho de Historia. Como ejemplo a seguir ponen a Piłsudski y a los soldados malditos, que eran los miembros de los movimientos clandestinos que, después del año 1945, no dejaron las armas y lucharon con los comunistas. En esta región se conmemora especialmente la redada de Augustów (pl. obława augustowska), una operación del ejército soviético y NKWD (departamento gubernamental soviético) durante la cual desaparecieron sin rastro 600 personas.

Según Augustynowicz, los métodos tradicionales para enseñar Historia en las escuelas no llegan a los jóvenes. «Hay que enseñarles personajes positivos, preferiblemente héroes locales, que no faltan por aquí», dice. «Es importante que se sientan orgullosos para promover un comportamiento adecuado». El problema surge cuando la historia resulta ser más complicada. Augustynowicz comprende que los historiadores puedan acusar a algunos de los soldados malditos de cometer crímenes contra las minorías nacionales, pero sus subordinados más jóvenes ya no.

«La ciudad de Suwałki está acostumbrada a los uniformes»

El lunes, un día después del campamento, nos encontramos con Marta en el Centro de Reclutamiento Militar de Suwałki. Está aquí hoy para presentar sus documentos porque, a partir de septiembre, empezará un periodo de preparación de cuatro meses para acceder al Ejército. Espera que le toque una unidad cercana porque durante los fines de semana quiere seguir participando en clases de logística, carrera que está estudiando en Ełk. Le ha acompañado su hermano pequeño que también quiere alistarse.

En el futuro, Marta quiere servir en la Guardia Fronteriza. En el cuartel se siente como un pez en el agua. «Todos me conocen aquí», sonríe al tocar otra puerta. Viene aquí al menos una vez a la semana para hacer recados para su división. El hijo de la funcionara a la que está entregando sus documentos también es miembro. «La ciudad de Suwałki está acostumbrada al uniforme», explica Marta.

Los documentos de la unidad los guarda en su habitación, los archivadores negros ocupan la mitad del armario. La otra mitad está destinada a los uniformes. En total, hay siete por toda la casa. Este cuarto es un híbrido de habitación de una adolescente y una soldado. Paredes en color amarillo y violeta. Estanterías con libros históricos: Chicas del levantamiento*, Batalla de Monte Cassino. En el alféizar: cosméticos, dos plantas y cinco imitaciones de granadas.  

«Al principio estaba en contra de almacenarlo todo en casa pero, con el tiempo, empecé a ayudarlos», se ríe la madre de Marta, que nos invita a un café. El mayor de sus tres hijos lleva trabajando como soldado profesional desde hace dos años. «Estoy orgullosa de mis hijos, de que se manejen tan bien. Quizá algún día tengan una vida más fácil, porque mi marido y yo hemos tenido un trabajo físico muy duro durante toda la vida», añade.

Algunos de los miembros no han cumplido aún los 14 años. © Artur Gutowski

Gracias a su actividad, Marta es popular en su ciudad. Las reacciones de la gente son positivas. Cuando en el parque nos encontramos con los trabajadores del museo municipal, una de las trabajadoras halaga a la chica: ¡Es nuestro vivo patriotismo!”. Marta subraya que la POW es apolítica. No quieren estar asociados a ningún partido. Esto es difícil de evitar porque Suwałki, como el resto del país está políticamente dividida: el alcalde tiene el apoyo de la Plataforma Cívica (pl. Platforma Obywatelska), en cambio, el viceministro de asuntos interiores que proviene de aquí pertenece al partido conservador y euroescéptico en el poder Ley y Justicia (pl. Prawo i Sprawiedliwość). «Hemos llegado a un punto en el que, los días de fiesta, ambos organizan sus celebraciones y nos invitan de forma separada. Es exasperante», dice Marta.

En primavera, la chica pasó dos semanas en Berlín. Sus amigos alemanes no eran capaces de comprender por qué participa en una organización de este estilo. Les enseñaba vídeos de los entrenamientos, como aquel grabado mientras dormían en el bosque con 20 grados bajo cero. «Sentí satisfacción por estar haciendo algo, por desarrollarme. En Berlín hay de todo y de nada. Todo el mundo pasa el tiempo únicamente bebiendo cerveza, pero nadie hace algo consigo mismo. Aquí todo el mundo sabe que los sábados a las 6:00 de la mañana por la ciudad marchan los miembros de la POW», cuenta. Así es como la ciudad de Suwałki se acostumbra al uniforme.

*Sobre el Alzamiento de Varsovia – la mayor rebelión civil contra la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial

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