La odisea de las mujeres polacas por el derecho al aborto

Una mujer muestra un conocido eslogan de una campaña por los derechos de las mujeres: "Sin mujeres no hay país". ©Anna-Kristina Bauer

En Polonia, la prohibición del aborto voluntario sigue enfrentando al Gobierno católico y conservador contra miles de mujeres dispuestas a luchar por sus derechos reproductivos. Una realidad que cada año obliga a que muchas de ellas crucen la frontera con Alemania en busca de esperanza.

«Lo peor fue al principio, cuando me enteré de que estaba embarazada. En Polonia primero cuenta el niño y luego la mujer. No importa que ella se muera, lo relevante es el embarazo. Pero en Alemania las cosas son diferentes. Allí puedes contar con que alguien te eche una mano y no te juzgue».

Kasia de 30 años está tumbada encima de la cama, en una sala vacía del hospital de Prenzlau, una ciudad de provincias alemana en la frontera con Polonia a dos horas en coche desde Berlín. Está acompañada por su marido. La chica está lánguida y pálida, acaba de despertarse de la anestesia, después de un aborto quirúrgico. Cuando empieza a hablar, sus mejillas alargadas se vuelven rojas de rabia. «No quería quedarme embarazada, porque tengo cáncer y estoy en tratamiento. Pero no lo he logrado, el anticonceptivo ha fallado. Cuando el ginecólogo se enteró de que estaba embarazada, primero se cabreó conmigo. Luego me dijo que el embarazo podría influir sobre el desarrollo de la enfermedad, pero que no estaba seguro al cien por cien y que por eso no podía ayudarme», cuenta Kasia.

«¿Qué pasa si se entera el cura?»

Para que un aborto en Polonia sea considerado legal deben darse estos tres casos: que el embarazo sea fruto de una violación; que ponga en peligro la salud de la mujer; o que el feto muestre problemas de desarrollo. Aún en estas situaciones, no se puede asegurar que el aborto se lleve a cabo. Los médicos tienen miedo de practicarlo porque, en caso de que esté considerado ilegal, podrían enfrentarse a 3 años de prisión. «Al oír la palabra aborto, el ginecólogo se enfadó aún más. Me dijo: ‘Esto equivale a quitar una vida y es algo de lo que siempre me voy a acordar’. Mi vida no tenía ninguna importancia para él».

A pesar de la ley, las mujeres polacas siguen buscando formas con las que poner fin a embarazos no deseados.  Mientras que la cantidad de abortos legales ronda en torno a los 1000 por año, la Federación Polaca a Favor de la Mujer y la Planificación Familiar (Federacja na rzecz Kobiet i Planowania Rodziny, en polaco) estipula que las polacas realizan hasta 150.000 abortos ilegales. Según el CBOS, el Centro de investigación de la opinión pública de Polonia, una de cada tres mujeres polacas se ha visto en esta situación. ¿El motivo? La falta de educación sexual, entre otras razones. A menudo, son los curas quienes imparten en las escuelas la asignatura de educación para la vida familiar.

Las polacas que quieren poner fin a un embarazo buscan a médicos que lo hagan de forma clandestina, compran píldoras o van al extranjero. Chicas, como Kasia, procedentes de Polonia occidental, suelen ir a Alemania, y en concreto a Prenzlau. Kasia proviene de Świebodzin, una pequeña ciudad al oeste de Polonia. Fráncfort del Oder está más cerca, pero en Prenzlau trabaja un médico polaco y esto elimina la barrera del lenguaje. El Doctor Janusz Rudziński es una figura muy emblemática entre los círculos femeninos. Para las internautas anónimas es algo así como un «salvador», un «amigo». «A mi puerta llaman mujeres de toda Polonia», reconoce Rudziński. «Desde alumnas hasta profesoras de universidad. Han estado aquí mujeres de políticos conservadores, amantes de curas e incluso una monja. La anticoncepción falla y en las ciudades pequeñas es difícil de conseguir. Una vez tuve una paciente cuyo médico se negó a recetarle anticonceptivos. Lo que le recetó fueron unos tranquilizantes», cuenta el médico.

De acuerdo con la ley polaca, un médico puede negarse a recetar anticonceptivos aludiendo a la, así llamada, cláusula de conciencia. Algo que en las ciudades más pequeñas, a diferencia de en las grandes suele generar muchos problemas, ya que la oferta de los médicos no es tan amplia y la vida sexual sigue siendo un tabú. Tanto como lo es el aborto. Las mujeres no tienen que responder ante la ley por interrumpir el embarazo, pero temen ser estigmatizadas en su entorno más cercano. En muchos países, sólo determinados grupos en contra de la interrupción del embarazo se refieren a él como «asesinato de niños no nacidos», «genocidio» o «triunfo de Satán». En Polonia, sin embargo, esta forma de hablar está a la orden del día en cualquier debate sobre el asunto.

Pregunto a Rudziński qué es lo que más temen sus pacientes. Su respuesta es muy concreta: «Cuando son de la Polonia oriental, lo que más temen es el cura. A Dios no le tienen miedo porque, como dicen, está lejos y es misericordioso. El cura, en cambio, está cerca y no tiene tanta compasión. Hay chicas que, nada más entrar a mi consulta, preguntan si se lo voy a decir al cura». La mayoría de las pacientes de Rudziński ni siquiera aceptan el certificado médico que estipula que han realizado un aborto porque no quieren que quede ningún rastro.

«Pero hubo una chica que sí que se lo llevó. Un año después, me llamó llorando para decirme que después de pelearse con su novio, éste se lo había enseñado al cura y ahora ella estaba en un gran apuro. Tiene que mudarse del pueblo porque la gente la llama asesina».

Crimen y castigo

Pese a lo que se suele creer, la situación no es más halagadora en la Polonia occidental, con mayor tendencia a la laicidad según las estadísticas. «Hemos tenido la siguiente situación: Una niña de 14 años fue violada por su padre y se quedó embarazada de él» cuenta la doctora Anita Kucharska-Dziedzic, la fundadora y Presidenta de la BABA, la Asociación Polaca a Favor de las Mujeres de Lubusz. Tenía 14 años y no podía defenderse a sí misma en el juicio. De acuerdo con la ley, podía optar por el aborto, pero su madre no se lo permitió. Dijo que ‘con un pecado en casa ya había sido suficiente’. La chica dio a luz a un niño gravemente discapacitado», explica.

BABA es la única organización no gubernamental de la región. Organiza acciones contra la discriminación y ayuda a las víctimas de la violencia de género. A la organización llaman muchas mujeres que quieren realizar un aborto y preguntan si las clínicas alemanas son dignas de confianza. Sin embargo, no reciben respuestas: aconsejar sobre temas relacionados con el aborto puede conllevar penas de cárcel.

Una vez, nos llamó una profesora para contarnos que una alumna suya confesó haber realizado un aborto con la ayuda de su madre. A la profesora no le importaba contar el secreto de la adolescente. Acudió a la fiscalía y denunció a la madre por haber hecho algo prohibido. Incluso en ciudades grandes, como Zielona Góra, la capital de la región, las mujeres que han abortado voluntariamente prefieren mantenerlo en secreto. Como Natalia, que lo experimentó hace dos años, pero se lo dijo sólo a sus amigas más íntimas.

«Quedarme embarazada me pilló por sorpresa porque usaba anticonceptivos»,  comenta. «Hice cuatro pruebas, todas dieron un positivo. Pero no fui al ginecólogo en Polonia. Prefería no dejar rastros de mi decisión. Estaba convencida: ya tengo un hijo y no me planteaba tener más. Además, en ese momento me estaba medicando por un problema hormonal. Tenía entonces ya casi 40 años», recuerda Natalia.

Como muchas otras chicas de la región, Natalia solicitó una cita en Prenzlau. «Cuando partí de camino, me di cuenta de lo afortunada que era, a pesar de mi problema. Saqué el dinero, alrededor de unos 400 euros, cogí el coche, puse el GPS y fui a Alemania. No todas las mujeres pueden hacer lo que yo hice. Tal vez tengan otros gastos o no dispongan de ese dinero, por lo que no pueden elegir por ellas mismas. Me horrorizaba leer los foros femeninos. Las chicas que no pueden permitirse la operación en el extranjero, aconsejan ingerir una sobredosis de medicamentos relacionados con varias enfermedades, cuyo daño colateral es un aborto», dice Natalia.

Independientemente de su clase social, hay siempre algo que une a todas las polacas tras realizar un aborto aborto: el sentimiento de humillación. «El hecho de que tuviera que ir a otro país me hacía sentir miserable», cuenta Natalia conmovida. «Sentí en mi propia piel la hostilidad con la que trata el Estado polaco a las mujeres. No puedo decidir si quiero ser madre o no, pero en caso de que sí quisiera, no puedo contar con un cuidado ginecológico decente. Si el bebé nace enfermo, no puedo contar con apoyo del estado. Conseguir una plaza en una guardería equivale a un milagro. A pesar de todo esto, seguimos siendo juzgadas por lo que hacemos u opinamos», explica Natalia.

A pesar de que la ley polaca es ya una de las más restrictivas en Europa, la Iglesia, que posee una gran influencia sobre la escena política del país, aspira a introducir una prohibición total del aborto, incluso en caso de violación, aun cuando la vida de la mujer esté en peligro o el feto manifieste problemas de desarrollo. En el año 2016 la organización católica Ordo Iuris proponía además, la pena de cárcel para las mujeres que realizasen un aborto.

Muchos de los políticos relacionados con el partido gobernante, el populista y de derechas Ley y Justicia (PiS), comparten esta idea: la política depende de la Iglesia. A pesar de ello, el proyecto Stop aborcji ha sido rechazado gracias a las protestas masivas conocidas como las «Protestas negras» o black protests que comenzaron en 2016. Dos años después, las protestas en contra del Gobierno se han convertido en el pan de cada día en una Polonia fuertemente polarizada. Ahora ya no solo se llenan las calles de grandes ciudades sino que otras más pequeñas también participan, como Słubice, que tiene 18.000 de habitantes. Fue aquí donde en 2015, durante la celebración del evento Woman on Waves, un dron alemán repartió píldoras del día después. Un año más tarde, a la Protesta Negra organizada en Słubice acudieron varios cientos de personas. Fue una de las celebraciones más grandes de los últimos años.

Los habitantes de Słubice discrepan en opiniones acerca del aborto voluntario. Una mujer que me encuentro en una tienda dice que nunca ha tratado con asesinas porque nunca se rodea con «desviadas sociales». Otra asegura que ha participado en las protestas. Intento hablar también con los curas pero uno de ellos se indigna con mi pregunta y otro se niega a responder.

«A la protesta acudieron quienes están a favor del endurecimiento de la ley como quienes piden su liberalización», recuerda Natalia Żwirek, la organizadora de la protesta de Słubice. «Es una ciudad pequeña, pero sus habitantes tienen una perspectiva abierta, seguramente debido a la cercanía con Alemania». De momento, la ley no se ha endurecido aún más, pero las organizaciones que actúan a favor de las mujeres han sido castigadas por el gobierno de derechas. «Bajo el Gobierno del PiS, no podemos contar con subvenciones del estado», subraya Kucharska-Dziedzic de la BABA. Antes, las mujeres que habían sufrido violencia de género podían contar con una ayuda previa al juicio o un piso protegido. Hoy podemos prestar solamente servicios de asesoría, todo sin fines de lucro. No podemos garantizar la seguridad a las mujeres y, por eso, cada vez recibimos menos peticiones de ayuda.

Un día después de la protestas, sin ofrecer una explicación, la policía confiscó toda la documentación de la BABA con datos sensibles sobre las beneficiarias de la organización. Otras organizaciones no gubernamentales también se han enfrentado a problemas parecidos.

La pequeña ciudad de Słubice protesta por las reformas judiciales contra el aborto voluntario © Anna-Kristina Bauer

«Confiamos en la fuerza de las mujeres. La sociedad polaca es más liberal que los políticos», comenta Kucharska-Dziedzic. Es cierto: de acuerdo con los sondeos de IPSOS, un 3o% de los polacos está a favor de una liberalización de la ley, un 45% a favor de su mantenimiento, y solamente un 17% opta por su endurecimiento. Mientras tanto, ninguno de los partidos proyecta una liberalización de la ley, ni siquiera los partidos liberales.

«Son tiempos difíciles en la política. Pero, si miramos al pasado con cierta perspectiva, podemos hablar de ciertos éxitos», añade Ilona Motyka de la BABA. «Hemos logrado promulgar una convención en contra de la violencia e introducir la persecución de la violencia física y sexual».

«Nos enorgullece su lucha, porque se desarrolla en unas condiciones parecidas a las nuestras. Sus victorias inspiran esperanza”.

Las mujeres polacas siguen sin acceso al aborto voluntario seguro, pero gracias a las Protestas Negras y el movimiento #metoo, la voz de las mujeres se ha hecho más fuerte, incluso en la escena política. «Las polacas apoyaron a las irlandesas y argentinas con entusiasmo», dice Agnieszka Dziemianowicz-Bąk, una de las impulsoras de la Protesta Negra, del partido de izquierdas Juntos (pl. Razem). «Nos enorgullece su lucha porque se desarrolla en unas condiciones parecidas a las nuestras. Sus victorias inspiran esperanza».

Los nombres de algunas de las protagonistas han sido cambiados para proteger su intimidad.

 

 

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